Audios de WhatsApp: de los pasajes de París al 2x

Por Federico Uanini

En ENSAYOS

[Audios. Whatsapp. 2x. Walter Benjamin. Paris. Flaneur. Napoleon. Georges Eugene Haussmann. Modernidad. Ciudad. Progreso. Capitalismo. Productividad. Aburrimiento. Tiempo libre]

por Federico Uanini (@efe.de.r)

El flaneur (palabra que proviene del francés y remite a “paseante” o “caminante”) es un tipo de personaje que puede encontrarse en los textos de Baudelaire y de Walter Benjamin que retrataron la transformación que sufrió la ciudad París en el siglo XIX. Con el objetivo de llevar la sociedad francesa hacia una cultura “moderna”, Napoleón III encargó a Georges-Eugène Haussmann la tarea de renovar París, es decir, hacer las transformaciones pertinentes para que dicha urbe se correspondiera con el discurso del “progreso” capitalista que tanto pujaba por entonces. Ese aggiornamento supuso la destrucción de parte de la ciudad para dar origen a calles, casas, pasajes comerciales y demás usos del espacio que materializaban la apropiación parisina de aquel espíritu del comercio. Sin embargo, y como el mismo Benjamin supo escribir, que París entrara en el “progreso” significó que la relación con el tiempo y el espacio se hicieran diferentes.

Las viejas calles de la ciudad francesa, otrora estrechas y cerradas, favorecían los motines obreros que reclamaban por mejores condiciones laborales frente a la explotación que sufrían por aquel mismo capitalismo que ahora les disputaba las calles. Una de las primeras acciones de Haussmann para “modernizar” París fue ampliar el ancho de las avenidas y modificar su trayecto. Como bien escribió Benjamin, esto favoreció a la burguesía capitalista: los nuevos y amplios caminos no sólo dificultaban los motines sindicales, sino que el cambio en la dirección de las calles permitía a los sectores más acaudalados salir rápidamente de la ciudad frente a cualquier intento de queja popular. El primer gesto del “progreso capitalista” fue, entonces, colocar en el centro de la escena a lxs más privilegiadxs, desplazando a los sectores populares. Esta “modernización”, continúa el filósofo, tuvo como resultado un aumento en el precio de los alquileres en la zona céntrica de la ciudad, lo que significó un éxodo de lxs trabajadorxs hacia la periferia de París. Al igual que en el relato de la historia capitalista/liberal, el centro sería ocupado ahora por la burguesía, y lxs obreros quedaban relegadxs a los márgenes.

Pero también el tiempo se modificó en aquel nuevo París. La premura, la temporalidad consumista y la avidez de novedades comenzaron a invadir la ciudad. En este contexto surgen los flaneurs. Estos personajes no deambulaban como quien transita por una galería buscando algún objeto que comprar, más bien era su caminar lento y sin rumbo aquello que los caracterizaba. El objetivo de su pasear errante y lento era claro: frente a la primacía de la celeridad que traía el capitalismo, la performance de aquellos individuos se jugaba en proponer otro tiempo de tránsito, uno contrario a la ansiedad de la productividad moderna. Contra el discurso del “progreso”, detenerse era también una decisión política. Sobran las historias de flaneurs sacando a pasear tortugas con una correa, como si fueran perros domésticos, por los pasajes de París, desentonando entre la gente y su consumo. No sólo el capitalismo modificó el dónde de una ciudad, sino también su cuándo. La idea de Benjamin era pensar a lo acontecido en la ciudad francesa como algo más que una descripción histórica: las experiencias espaciales y temporales que sufrió aquella urbe eran el ejemplo por antonomasia de lo que sucede en cualquier lugar en donde el capitalismo impone su relato del tiempo productivo. París no fue una descripción, fue un pronóstico.

Que el sistema económico en que vivimos afecte a nuestra temporalidad no es novedoso para nosotrxs. El gobierno neoliberal ya no se ejerce, comentan algunxs críticxs y psicoanalistas, bajo la perspectiva de una biopolítica que sólo gobierna los cuerpos, sino que también hace hoy uso de sutiles y anímicas formas de servidumbre. Ya no se rige sólo a las corporalidades, también el alma entró en la disputa del mercado, y con ella su forma propia de habitar el mundo: el tiempo subjetivo es hoy la nueva víctima del capitalismo digital. Nuestro supuesto tiempo de ocio es en realidad un terreno de lucha en donde diferentes empresas están batallando para ver quién se queda con nuestra atención. Detrás de nuestros intentos de relajarnos en las redes hay un mercado que busca hacer de ese tiempo libre un momento donde insistir en el consumo (no sólo de cosas, también de formas en cómo se vive el tiempo mismo). La inexistencia de momentos en nuestras vidas que no sean productivos lo exhibió de manera cabal la pandemia: los llamados y mensajes laborales a toda hora mostraron que cualquier minuto es hoy susceptible de ser un tiempo laborable. La presión constante de ser productivo durante el confinamiento en 2020 (hacer ejercicio, aprender un idioma, hacer panificaciones con masa madre… hacer lo que sea, pero producir algo) mostró la exigencia silenciosa que cae sobre nuestro tiempo privado y lo exhibe atado al tiempo del mercado, es decir, a la obligación constante de la producción y la eficiencia.

Ese imperativo por ser eficiente transforma hoy la forma en que escuchamos a un/a otrx. Semanas atrás una conocida aplicación de mensajería instantánea incorporó a sus dinámicas una herramienta ya existente en otras apps: aumentar la velocidad de reproducción de los audios. Tal gesto fue bien recibido por la comunidad, que incluso catalogo a este nuevo servicio como “necesario”. Si bien aumentar la velocidad en que puede escucharse un mensaje es un gesto pequeño y puede pasar desapercibido, opino que es signo de aquel sentido de sumisión del tiempo de la vida a la temporalidad de la productividad: debo oír un mensaje en el menor tiempo posible, de la misma forma que ser eficiente es hacer una tarea consumiendo la menor cantidad de recursos lo más rápido que pueda. No debe tomarse este escrito como un ensayo de cariz “tecno-fóbico”, sino más bien como un intento de considerar cómo el discurso del “progreso” capitalista que vivimos siempre supone una pérdida, un lanzar “algo” hacia los márgenes… ¿qué se expulsa a las afueras de este “nuevo París” cuando la forma de escuchar a un otro se experimenta en “2x”?

Ya nadie quiere leer, decía Dolina, todxs quieren haber leído. La transformación del espíritu (en un sentido amplio y no religioso) que genera una actividad ajena al tiempo productivo, como descifrar un libro, es hoy reemplazada por creencias compactas y digeribles rápidamente. El trabajo sobre nosotrxs mismxs que una experiencia de tipo flaneur como la lectura (sin ser la única) nos convida queda desplazado frente a la aceptación de pensamientos rápidos (acríticos) que sean acordes a los tiempos eficientes del capital. Ya nadie quiere, siguiendo a Dolina, escuchar a nadie: todxs queremos ser productivxs.