[Marcha. Vacunatorio VIP. Bolsas de cadáveres. Arte. Performance. Realidad. Derecha. Neoliberalismo. Democracia. Alberto Fernandez. Oposición. Patricia Bullrich. El grito. Munch. Alemania.]

“Abandonen a sus dioses y vengan a inclinarse
 ante los nuestros; ¡si no, muerte a ustedes y a sus dioses!”
F. Dostoievski, Los hermanos Karamazov

por Federico Uanini (@efe.de.r)

“El arte se anticipa al análisis” supo escribir Lacan. El expresionismo alemán fue un movimiento surgido a inicios del siglo XX cuya gama cromática apagada era el reflejo de un clima de “malestar social” como bien supo capturar Freud en su texto crítico de la cultura (Das Unbehagen in der Kultur, 1930). El cuadro más famoso de ese movimiento artístico fue “El Grito” de E. Munch. En esa conocida pintura se observa a una persona gritar, con un desgarrado rostro, mientras se tapa los oídos (algunos observadores dicen, incluso, que no los tiene). De fondo, dos personas pasean como si nada estuviera sucediendo, como si el grito que se expresa a metros de distancia no ocurriera. Los análisis que rodean a este cuadro son múltiples, pero una idea central hace eco en nuestro tiempo: hay un desgarrador grito que no es escuchado ni por quien lo exclama, ni por quienes se encuentran cerca. Históricamente, el arte estaba poniendo en palabras “algo” que se desoía en la cultura y sociedad europea: El “grito” que expresaba el lienzo de Munch se manifestó en el clímax del “malestar” cuando, en 1933, el nazismo asumía el poder de Alemania dando origen a uno de los períodos más terribles de la historia mundial. El arte, como decía Lacan, se anticipaba a anunciar el “malestar” que fue desoído por gran parte de la clase política (la República de Weimar reaccionó muy tarde) y la clase intelectual (a excepción de personajes notables como Thomas Mann). Nadie supo oír la catástrofe que se anunciaba “gritando”.

En la marcha del pasado sábado 27 de febrero, convocada por los mismos sectores que vienen agitando banderas anti-ciencia y anti-democracia desde abril de 2020, resultó representativa, a la vez que funesta, una “intervención artística” de bolsas mortuorias frente a Casa Rosada. La imagen simulaba simbolizar cuerpos de personas fallecidas por covid-19 debido a que las vacunas que les correspondían fueron otorgadas a personas vinculadas supuestamente al caso denominado periodísticamente como “vacunatorio VIP”. Pero esas bolsas, donde se leían nombres de políticos y representantes de DDHH de nuestro país, representaban voluntad y amenaza: era la materialización del deseo de que aquel lugar de la muerte sin rostro sea ocupado por los nombres que coronaban tanticamente esos cuerpos anónimos. Esa “performance necropolítica”, cual lapsus freudiano, denunciaba las verdaderas intenciones de quienes realizaron tal gesto: era una arenga y un deseo de muerte explícito en la plaza más importante del país. Si el arte puede generar o proponer mundos posibles lo ocurrido el pasado sábado tuvo su eco en los períodos más tenebrosos de la historia nacional, y un cartel colocado al lado de las bolsas mortuorias que se burlaba de la cifra de desaparecidos argentinos durante la última dictadura militar no hizo más que comprobar el deseo del exterminio del otro que latía como bandera política en los indignados antivacunas de CABA.

Los análisis políticos del día después catalogan a la marcha como una manifestación convocada por sectores políticamente de derecha y ultraderecha, junto a grupos anti-ciencia y anti-vacunas. Las redes abundan en memes y comentarios sobre contradicciones e incoherencias de quienes el sábado marcharon: ¿pero es un análisis correcto pensar que aquello se explica sólo con la categoría de la “tontería”? Lejos de ser algo local y momentáneo, este tipo de sentidos destructivos y fascistas de la vida política se viene expresando con fuerza hace casi un año y lo hace en todo el mundo: en días pasados, en Madrid, un acto antisemita homenajeo a la División Azul (la unidad enviada por Franco para apoyar a los nazis en la invasión de la Unión Soviética) exclamando como consigna “el judío es el culpable”. La “cuarentena” se ha tornado el significante vacío desde donde la ultraderecha está erosionando a una democracia debilitada (en parte, por los desastres económicos y políticos causados por las recetas neoliberales) y pretende como solución al problema el exterminio del otro, es decir, la destrucción de la vida política y democrática como tal (en síntesis, la panacea del sentido neoliberal).

La clase política argentina no sólo está flaqueando a la hora de dar respuestas a un fascismo que cobra poder en nuestro país, sino que incluso lo está potenciando: son nombres de senadores y diputados los que decoran con su presencia y arenga la marcha donde el pasado sábado se pidió la muerte sin rostro como futuro para Argentina. ¿Qué “gritos” se están sucediendo por estos lares que estamos, como los paseantes de Munch, desoyendo? Deleuze y Guattari escriben en su Antiedipo que el fascismo se expresa en término de deseo y no de engaño: “no, las masas no fueron engañadas, dicen, ellas desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación, esta perversión del deseo gregario”. Tal vez es hora, sin ser pronosticadores del desastre, de comenzar a escuchar el grito, de observar en ese arte que se transfigura es deseos de muerte algo que no debe subestimarse o empequeñecerse.

“El grito” de Munch anunciaba un desastre que debía ser escuchado. De fondo, en dicho cuadro, dos paseantes omiten el desgarro de una sociedad que no pudo contener (ni aún puede) al fascismo. En plaza de Mayo, el sábado, se pedía muerte a políticos y a Abuelas de Plaza de Mayo. Tal vez ya es hora de dejar de lado la tontería como categoría política o la desestimación de las manifestaciones fascistas y su mote de “minoritarias”: cada vez crecen más, son globales y se ven potenciadas por un contexto de pandemia y crisis económica mundial. Debemos estar atentos a lo que sucede, mirar con ojos preocupados cómo la tormenta crece y salir de nuestro lugar de observadores pasivos que, como decía Bertolt Brecht, sólo saben mirar como mira el cordero que marcha al matadero. El aviso del desastre no conoce del futuro, pero sí expresa un malestar de época. Al grito lo tenemos a pocos metros: será de nosotros la tarea de “escuchar” y decidir qué se hace frente al intento de hegemonizar la muerte como sentido de la vida política para Argentina.