[Greendale Community College. Jeff Winger. Britta Perry. Troy Barnes. Annie Eddison. Shirley Bennet. Pierce Hawthorne. Six seasons and a movie. Finales]
Es el último episodio de la serie y hay que pensar en qué canción debería musicalizar este momento porque si algo aprendimos en todo este tiempo es que por más que la realidad esté lista para imponer su final (y lo está), hay quienes no pueden (simplemente no pueden) dejar que todo caiga en sus garras. Y entonces aparece la televisión (pero también la música, el cine, la literatura y todas sus gracias: las historias, los dibujitos que mirábamos de chicos, las sitcoms y su conjunto de normas arquetípicas, el corte musical de intro, los chistes internos, el ingenio del gag para repetirse una y otra vez sin agotarse, los personajes que son una versión actualizada de su propio cliché, el cool, la popular, el deportista, la nerd, el raro, los freaks, los geeks, el grupo de inadaptados, el líder, el villano, el bien, el mal, la tensión sexual sugerida en miradas, cámaras lentas y zooms, la fórmula inagotable de las comedias románticas y sus finales obvios, los besos bajo la lluvia, las charlas en los bares, el café, los puchos, los diálogos interrumpidos por líneas de películas que todos conocemos, los saludos de manos que esconden el código de una amistad, los bromances, los guiños a cámara, los flashbacks, los bloopers, las listas encabezadas por la consigna ”las/los mejores…”, las playlists que son declaraciones encriptadas de amor, las cartas de amor, las canciones de amor, la magia de los estribillos y su capacidad para resumir el espíritu de una época en una frase simple y pegadiza como si nada, los especiales de fin de año, los jingles navideños cantados como melodías tristes, los pedos como chiste inoxidable, el miedo a crecer y la angustia adolescente como subtramas eternas, los finales felices, los finales tristes, el último discurso de todos los últimos discursos, la sinceridad como el desenlace menos original de todos pero no por eso menos cierto, el gesto conmovedor de la verdad, el remate en silencio del adiós, los créditos) como aquel bote salvavidas capitaneado por un chiflado que tiró todo por la borda y se escapó del barco del tiempo para rescatar a quienes se ahogan en el océano y a cada uno de ellos los convence con un monólogo diferente, que en realidad siempre es el mismo solo con algunas palabras distintas, pero que a la vez es un sinsentido tan insoportablemente largo, caprichoso, cursi y, sobre todas las cosas, hermoso que es prácticamente imposible no darle la mano y subirse a bordo. Porque si hay otra cosa que aprendimos de ese meta-lente pop de referencias televisivas, musicales y literarias con las cuales nos atoramos para sobrevivir a este mundo es que detrás, siempre, está la mano del otro, esperando.
Entonces sí, hay que pensar en una canción y creo que ya puedo imaginarla. Es una melodía melancólica, un arpegio gentil de guitarra acústica, de esos que se tocan alrededor de los fogones. Creo que esa es su forma (sí, algunas veces las canciones tienen forma), la de un refugio. O una mantita. O mejor aún, ambas: un fuerte hecho de mantitas, sábanas y almohadas que protege a sus habitantes y los reúne en círculo alrededor del fuego, sentados uno al lado del otro en pose de indiecitos, como si fueran niños.
Sí, ahora estoy seguro: esa es la canción.
Si cierran los ojos creo que van a poder empezar a sentirla [1] ¿La escuchan? Les doy una ayuda, dice algo así:
Be my little friend / Through the mountain’s end / We could write a book / Without thinking how we look /
Es el último episodio de la serie y Abed, más que nadie, lo sabe. Desde hace seis temporadas que es el arquitecto de las aventuras de Greendale Community College, el lugar donde él, Jeff Winger, Britta Perry, Troy Barnes, Annie Eddison, Shirley Bennet y Pierce Hawthorne se encontraron por primera vez y del cual se apropiaron como el escenario de su amistad. Abed se encargó personalmente de eso. Capítulo a capítulo se las ingenió para darle vida a Greendale y hacerlo su patio de juegos, lo que incluyó: cuatro guerras de paintball, una de almohadas y sábanas, una de comida, cuatro fiestas de Halloween (de las cuales una escaló hasta convertirse en un ataque zombie), cuatro de navidad, demasiados bailes con consignas ridículas, más de una boda, dos partidas de calabozos y dragones, una odisea espacial (bueno, algo así) y un juego del piso es lava, por solo nombrar algunos.
Y es que Abed siempre entendió algo: que el juego es y fue, antes que todo, alivio. Lo fue para él de niño, en una infancia marcada por la moral estricta de su padre palestino, la ausencia de una madre que no supo serlo, y la presencia de la televisión y sus gracias como única compañía, por lo que conoce todo su abanico de artimañas. Y lo fue cuando entró a Greendale y conoció al study group, cuando encontró en Troy un amigo (un mejor amigo) y cuando se dio cuenta que en realidad el juego se completa siempre en el otro, que ahí radica su poder. Y lo fue cuando lo volvió su burbuja protectora, ese lugar en el que la amistad se convierte en una historia que nace, se levanta, corre, rebota, salta, tropieza, cae y se vuelve a levantar. Y lo fue incluso en los momentos más difíciles, cuando esa burbuja se pinchó y el miedo (lo que se dice el miedo de que quienes más quieras se alejen de vos) se volvió realidad. Y lo fue cuando lo único que quedó por hacer fue saltar al vacío. Y lo fue cuando lo atraparon y lo recibieron en sus brazos.
Cuando descubrió que el cariño estaba ahí para sostenerlo: ese, siempre, fue su regalo.
Lo cierto es que Troy ya no está. Tampoco Shirley, ni Pierce [2]. Fueron reemplazados por otras versiones que, para la suerte de Abed y su obsesión neurótica por las fórmulas narrativas, se adaptaron y funcionaron para la trama, pero no por mucho más tiempo. Ahora el grupo está en un bar y luego de cerrar otro año más en Greendale (esta vez no como alumnos, sino como profesores e integrantes del comité “administrativo” de la universidad, cosa que les hace dar cuenta de algo: el tiempo pasa) empiezan a discutir sobre qué es lo que les depara, lo que básicamente los lleva a proponer a cada uno su versión imaginaria de cómo va a ser la séptima temporada y competir por cuál es la mejor. Y entonces sucede algo que nadie espera: Abed, por primera vez, no entra en juego. Pero la sorpresa no termina ahí: dice que consiguió un trabajo como asistente en un estudio de Fox y que se va de Greendale.
Jeff no lo puede creer y le pregunta desesperado si va a volver, porque “Six Seasons and a Movie[3], right?!”, porque esto no puede quedar así, porque qué va a pasar con nosotros, porque tenés que volver. Y en un acto reflejo, con un nudo en la garganta, la voz temblorosa y la mirada perdida al borde de las lágrimas, Abed le explica que el juego está por terminar: Es un amigo que conocés tan bien y desde hace tanto tiempo que lo dejás estar a tu lado. Y está bien si un día tiene un mal día o llama para reportarse enfermo. Y está bien si un día se sube a un bote para irse y no volver nunca más. Porque, eventualmente, todos lo haremos.”
Y el juego termina, pero Abed ya no tiene miedo. Y nos dice a todos con orgullo que está creciendo.
Lo hace con la seguridad de quien sabe nunca más estará sólo.
—We can’t do this forever, kiddo.
— Can’t we?

Es el último episodio de la serie y Jeff Winger está parado enfrente de la sala de estudio con el corazón estrujado porque finalmente cae en la cuenta de que, efectivamente, este es el final. En la mesa (su bote salvavidas) donde antes se posaban religiosamente sus seis amigos ahora solo hay asientos vacíos y por más futuros posibles, secuelas imaginarias y borradores ficticios de nuevas temporadas que pueda imaginar ahora sabe con seguridad que ya nada volverá a ser como antes.
Hace unos años Abed, en su rol de Dios, lo eligió como el héroe de esta odisea: Jeff Winger, hijo del divorcio, de un padre abandónico y de una madre que le insistió demasiado en que era un niño especial; Jeff Winger, un abogado inescrupuloso con las dosis de cinismo suficientes para entender que, así como el matrimonio de su padres, la verdad y todas sus versiones institucionalizadas son en realidad una farsa y entonces por qué no desfigurarla y usarla a su favor si en un mundo en donde nada está bien ni nada está mal él puede sacar ventaja de esa ambigüedad sobre el cuero tapizado de su Lexus, con whisky en mano y una chica en el asiento de acompañante a la que nunca volverá a llamar; Jeff Winger, el abogado al que despidieron porque su título era falso y entonces tiene que matricularse en Greendale para conseguir uno verdadero lo más rápido posible sin darse cuenta de que en ese acto está por cambiar su vida; Jeff Winger, el estudiante de Greendale que en un intento por conquistar a la chica rubia de la clase de español, crea accidentalmente un grupo de estudio y, en otro acto del destino, lo declara como una comunidad, sin saber que esa se convertirá en la fuerza imparable que está a punto de destruitlo por completo; Jeff Winger, el integrante del grupo de estudio que en las risas de Abed, Britta, Troy, Pierce, Shirley y Annie de a poco empieza a descubrir algo que hasta entonces no sabía y es que él, Jeff Winger, ahora no puede (simplemente no puede) dejar de preocuparse por ellos; Jeff Winger, el abogado falso, devenido en estudiante universitario, devenido en integrante del grupo de estudio, devenido en el héroe que rescata una y otra vez a Greendale, porque si el mundo es un mar en llamas alguien tiene que convencernos de que no todo está perdido y que vale la pena intentar, al menos una vez más: “Tipos como yo les van a decir que no hay bien o mal, que no existe la verdad. Y mientras todos creamos eso, los tipos como yo nunca van a perder. Porque la verdad es que miento cuando digo que no hay verdad. La verdad -la patética, estúpida y obvia verdad- es que ayudarse a uno mismo está mal y ayudar al otro está bien. Es así de simple: si dejás de pensar en lo que es bueno para vos y empezás a pensar en lo que es bueno para alguien más, podés cambiar todo el juego en un solo movimiento.
Jeff Winger, el ex-abogado, ex-estudiante y actual profesor de leyes que ahora mira con desesperación a Abed después de que éste le diga que se va, porque esta vez es él quien tiene miedo y tiene que enfrentarse al hecho de haber encontrado un lugar de pertenencia solo para estar a punto de verlo caer.
Jeff Winger, el que mientras mira a los ojos de Annie antes de besarla recuerda cómo un buen día conoció la ternura y cómo en ese mismo momento se dio cuenta que nunca más quería estar solo.
Jeff Winger, el que luego de besar a Annie sostiene a sus amigos en los brazos, mientras se deja sostener por ellos.
Jeff Winger, el que abraza no una sino dos veces a Abed, y lo sujeta, porque así es como se despide a quienes te salvaron la vida.
Why are we in such a rush to leave the tide pool? When the only things waiting for us on shore are the sands of time and the hungry seagulls of slowly growing apart.
Es el último episodio de la serie, lo que significa que esto también es una despedida.
A solo minutos de terminar el episodio, Abed hace, por última vez, algo muy bonito. Les pide a sus amigos que imaginen su propia versión personal de lo que viene, pero esta vez les advierte que no pueden revelarlo, porque sino no se cumplirá. Entonces, cierran los ojos y, acto seguido, sonríen. Y lo hacen con esas sonrisas que se dibujan tanto en la boca como en la mente. De esas que también son chistes sin remate, frases bobas sacadas de Internet, cuentos leídos por mamá y melodías agridulces que escuchamos en la radio. De esas que confirman que nada fue en vano. De esas que se quedan en uno, se guardan en la memoria del corazón y viven con nosotros hasta el resto de nuestros días.
Porque después de todo, lo último que queda es esa pequeña fuerza: un gesto, un fútil y estúpido gesto. Pero es uno que de tanto que se repitió, de tanto que se volvió un sonido reconocible en las voces que nos rodean, de tanto que lo vimos en los ojos de quienes queremos, logró insertarse en nosotros, casi como un virus. Casi como el amor.
Quizás este no es el único final, quizás hay otro esperándonos. Y si de algo podemos estar seguros es que, si llega, lo veremos acercarse del otro lado de la vereda con una mano en los bolsillos y la otra rascándose el pelo de la nuca para cubrir su cabeza gacha, hasta pasar por nuestro lado y chocar sus hombros con los nuestros, para que giremos el rostro hacia atrás y finalmente veamos cómo sutilmente se aleja, guiñándonos un ojo. En ese instante exacto sabremos que es el momento.
Algo así como esto:
#andamovie (epílogo)
El 30 de septiembre en su cuenta oficial de Instagram, Community publicó una placa con este hashtag y con la descripción “It’s time. Welcome back to Greendale”. El mismo día, el creador de la serie Dan Harmon y el cast (el original incluido, a excepción de Pierce/Chevy Chase, por obvias razones) lo confirmaron.
Supongo que el chiste se hizo realidad.
Cool.
Cool, cool, cool.
Esta posdata es un fútil y estúpido gesto
pero desde el principio les prometí que este final iba a estar musicalizado. Así que ahí va esta playlist. Esta es mi forma de despedirme. Son siete canciones. Las imaginé como un abrazo.
Hasta siempre, NEC. Gracias por ser nuestro bote salvavidas.
De verdad.
[1]That’s what she said (Ya sé, es un gag de otra sitcom: no me importa)
[2] Para quienes no vieron Community, me gustaría hacer este pequeño paréntesis para resaltar el hecho de que el personaje de Pierce (el viejo inadaptado del grupo; un multimillonario de la tercera edad con muy poco tacto para expresar sus pensamientos, digamos, de otra época; un tipo caprichoso, narcisista y, por veces, tierno; un chiste en sí mismo, dueño de un pobrísimo sentido de la motricidad y del mejor delivery para terminar cada diálogo con el remate más desubicado posible, interpretado por Chevy Chase) se muere deshidratado por llenar unos termos de semen (!) que su abogado le entrega al resto del grupo como parte de su testamento. Obviamente, después de morir.
Sí.
[3] En algún momento de la segunda temporada, como parte de alguno de los miles de chistes meta y gags de la serie, Abed instaura una frase que se repetirá hasta al final del show como una consigna de la que tanto los personajes como el público se apropiaron para alimentar su continuidad: Six Seasons and a Movie. Efectivamente, las seis temporadas llegaron. Lo otro todavía está pendiente.