[Progreso. Walter Benjamin. Futuro. Modernidad. Capitalismo. Asfixia. Planeta Tierra. José Esteban Múñoz. Sara Ahmed. Lee Edelman]
“Lo catastrófico es que las cosas sigan así…
El pensamiento de Strindberg:
el infierno no es en absoluto lo que nos espera,
sino esta vida de aquí abajo”
–Walter Benjamin, Charles Baudelaire
por Sasha S. Hilas (@palido.fuego)
Vengo a proponer una pesadilla, a imaginar un mundo sin futuro. No un mundo sin un buen futuro, un mundo con más incendios, escasez de agua, epidemias, inseguridad e incertidumbre general. No, estoy pensando en un mundo sin futuro en lo absoluto. Esta breve reflexión surge a partir del ensayo “La era de la asfixia: último capítulo de la modernidad” de Nicolás Pohl por este mismo medio, hace aproximadamente un mes. Creo que Pohl argumentó con bastante acierto sobre el clima de asfixia actual, tanto en el plano psicológico, como en el político, sanitario, económico y ambiental. Sus reflexiones acerca de esta modernidad tardía, este tiempo extraño nieto de la Ilustración, han despertado en mí la siguiente pregunta, entre ingenua y desesperada: ¿qué futuro nos aguarda?
La idea de que un futuro nos aguarda en el sentido de esperarnos, me parece un tanto ridícula. Por un lado, me suena extraño que lleguemos al futuro como quien llega a un lugar. Como están las cosas, ningún futuro podría estar esperando por la humanidad a la vuelta de la esquina, y como soy pesimista, pienso que el futuro nos encontrará peores. Pohl dice que la modernidad empieza a mostrar que sus promesas de futuros llenos de dicha, igualdad y bienestar son en realidad meras falsedades. Entonces sigue esta interrogación: ¿acaso hay algún futuro?
Pesimistas en la noche
Hay una idea sobre el futuro que muchxs teóricxs y filósofxs la trabajan desde sus respectivos marcos teóricos y conceptuales, en diferentes momentos de la historia, pero que podría resumirse más o menos de la siguiente manera. El futuro no es algo dado como aquella parcela de tiempo que se extiende después del presente. No está establecido de una vez y para siempre. Dicho así suena bastante obvio, pero la idea tiene sus matices y sus complejidades. Muchxs teóricxs en los últimos años han hablado de este tema; se me vienen a la mente José Esteban Múñoz, Sara Ahmed y Lee Edelman. Por supuesto hay muchísimos más. Sin embargo, quien más me ha seducido es Walter Benjamin, quien escribió entre 1920 y 1940. Una obra muy famosa de él, escrita poco antes de su suicidio escapando del nazismo, es Tesis sobre filosofía de la historia o Sobre el concepto de historia. Lo interesante de esa obra es cómo critica la piedra de toque de nuestra época en una preocupación por el presente y por el futuro. Su crítica está centrada en el progreso, cenit por el cual sacrificamos todo, y por cuyo bien todo sacrificio humano y no humano parece quedar justificado e iluminado. Más aún, su crítica no es la de un nostálgico o la de un conservador que ve en el progreso la muerte del mundo que él conoció. No le tiene miedo al porvenir. Rechaza aquello que en el porvenir queda disfrazado: el sufrimiento. Una de las entradas de esta obra es la número nueve, donde a propósito de un cuadro de Paul Klee Angelus Novus, propone la siguiente ficción. Un ángel que vuela desde el Paraíso vuelve la mirada hacia atrás y lo que ve lo horroriza; se trata de escombros, muerte y ruinas. Aunque quisiera volver y brindar algún tipo de ayuda, resucitar a los muertos y hacer justicia, un viento huracanado lo empuja hacia adelante, sin que pueda evitarlo, dejando a su paso más ruina y muerte. Benjamin spoilea, nos revela de qué se trata ese viento infernal: “eso que nosotros llamamos progreso es ese huracán”. Bien, ¿qué quiere decir esto? ¿cómo se las arregla para, sin caer en conservadurismos, criticar la insignia de la modernidad y de nuestros propios tiempos modernos?
También estamos nosotrxs en el relato benjaminiano, solo que no vemos lo mismo que el ángel, o quizá sí pero dotándolo de otro significado. Donde el ángel ve ruinas inabarcables e injustificables, nosotrxs vemos acontecimientos inevitables de un proyecto que tiene sus fallas, pero tiene sentido y de hecho un buen sentido. Para el ángel el progreso parece estar animado por una lógica catastrófica. Podríamos decir que siempre hay eventos en la historia que son mejores que otros, también algunos que son lamentables, pero ¿no es así la vida? Benjamin no está dispuesto a discutir si los eventos son buenos o malos, mejores o peores. Él quiere deshacer el embrujo que no nos deja ver según qué criterios justificamos los peores eventos de la historia y de nuestra actualidad. Los peores episodios políticos de la historia no son productos anacrónicos, daños colaterales, accidentes. Son productos de una misma lógica. El ángel vuela sin poder volverse, y los escombros que se amontonan a su paso y el paso mismo son resultado de esa misma lógica… ¿que nos importa el ángel? ¿Para qué aparece en estos temas? El ángel, un ser por fuera del registro humano, está acá para romper con la obsesión humana de pensar siempre en el “panorama general”, en la big picture y, en nuestro afán de poner cada cosa/cada evento acontecido en un lugar, con el constante hecho de frivolizar el sufrimiento de quienes pagan los platos rotos de la historia. Un buen amigo de Benjamin, Bertolt Brech, escribió en su poema Preguntas de un obrero que lee: “¿Quién construyó Tebas/ la de las Siete Puertas?/ En los libros figuran/ sólo los nombres de reyes. / ¿Acaso arrastraron ellos/ bloques de piedra?/ Y Babilonia, mil veces destruida, / ¿quién la volvió a levantar otras tantas?/ […] Federico de Prusia/ ganó la guerra de los Treinta Años/ ¿Quién ganó también?/ Un triunfo en cada página/ ¿Quién preparaba los festines? Un gran hombre cada diez años/ ¿Quién pagaba los gastos?/ A tantas historias, / tantas preguntas”.
Cabe decir que no es fácil criticar al progreso, mucho menos si intentamos abrirnos paso en este desesperado presente que dilapida cualquier futuro posible. Porque ¿cómo se nos ocurre criticar al progreso, cuanto parece ser el motor que nos impulsa hacia un futuro mejor? El problema es que no solo tratamos con un concepto, sino con una promesa, una esperanza. La fe en el progreso tiene una larga historia de la cual no podemos hacernos lxs otrxs como si no fuéramos también herederxs de ese puñado de pensadores que cuatro siglos atrás en Occidente estaban convencidos de que mediante el progreso nos alejaremos cada vez más de la barbarie, acercándonos a la realización de sueños más humanitarios. Cuánto del progresismo actual continúa enamorado de esos sueños, de aquellas ideas occidentales que tan ancladas están en el avance del capitalismo que lo devora todo; incluso el futuro. Habitualmente relacionamos la catástrofe con la interrupción, algo que iba bien y derepente se echa a perder (¿se acuerdan del famoso “íbamos bien pero pasaron cosas”?). Para Benjamin lo catastrófico es que las cosas sigan así, que la historia no tenga un final y se perpetúe eternamente el sufrimiento.
Una pequeña puerta
Ciertas formas occidentales de comprender el tiempo, provocan que concibamos el tiempo como una línea recta, una flecha que promete un día después de este atardecer. Y no solo eso; también que mañana siempre será mejor. Que el futuro, de suyo, como si dijéramos, por la propia esencia del movimiento de tiempo, dentro del cual está el progreso como motor de la historia, será mejor que el presente y que el pasado. Como si dijéramos, necesariamente los progresos técnicos y científicos nos llevarán a un mejor lugar que en el que estamos hoy, y sin duda, mejor que en el que estuvieron nuestrxs abuelxs. Déjenme hacer un breve recuento: cambio climático por causa de la emisión de CO2, con derretimiento de los polos, agujeros en la capa de ozono, incendios, sequías, hambruna, contaminación del agua, de la tierra y el aire; monocultivo con semillas transgénicas, desalojo de campesinos, persecusión a comunidades no-occidentales que protegen la tierra y otras formas de vida; colonización y ataques a comunidades que son minoría; guerras y destrucción de los medios de vida; desplazados y refugiados por causa de leyes basadas en los mismos fundamentos del Estado-Nación, que dejan a muchos miles sin ninguna garantía ciudadana, y para nuestra sorpresa (pretend to be shocked), también sin ningún derecho humano [1]. No es este un planteo ni romántico ni conservador, perdón que reitere la aclaración. Se trata de un señalamiento sobre aquello que en general no vemos, que damos un paso sin movernos del sitio; que está muy bien desarrollar herramientas para vivir mejor, pero también pensar y discutir los criterios que muchas veces ponen a parte de la vida en la Tierra, humana y más que humana, al servicio de un supuesto vivir mejor. Se trata de dejar de excusar lo inexcusable. Lo que el ángel ve son los costes humanos, sociales y ambientales del progreso, que con su movimiento infernal minimiza el sufrimiento y la precariedad. Parece ser que confundimos progreso con humanidad y vida en la Tierra. Cuando el segundo se pone al servicio del primero, estamos en un problema.
¿Cómo lograr una búsqueda inquieta y creativa por un futuro que no sea la eterna reproducción de una misma realidad de muerte? Dice Pohl “tal vez es mejor tratar de reparar los desastres que cometemos actualmente y responsabilizarnos por los daños hechos para poder así, gracias al intelecto y esfuerzo colectivo, planificar nuevas formas de vida humana que permitan la coexistencia con todos los demás seres”. No estoy seguro de qué alternativas haya, pero sí entiendo, en mi afán benjaminiano, que si la catástrofe es la perduración de este estado de cosas, entonces lo que nos queda es interrumpirlo. Avivar la pregunta, la inquietud por el futuro, implica volvernos sensibles al tiempo presente y al tiempo pasado. Volver y revisar nuestra apreciación sobre el tiempo, discutir los eternos “ya fue” que cierran cualquier intento de revisión como si se trataran de expedientes sin valor. Ya lo dijo Benjamin, mientras más damos por sentado el futuro, más peligra la misma posibilidad de un futuro. Dejar de dar por sentado el futuro mejor, hacia el cual seguro no vamos si no nos ocupamos de traerlo. Las interrupciones siempre son en el tiempo presente, en el ahora de la historia… ¿puede ser que la pregunta por el futuro implique un presente activo? ¿una sensibilidad inquieta? Salir del embrujo puede ser esa pequeña puerta que nos permita interrumpir el curso violento de la historia y hacer un futuro.
Procuremos dejarla abierta.
[ 1] Ya lo había dicho Hannah Arendt en su obra Los orígenes del totalitarismo: despojen a una persona de todos sus derechos y garantías de ciudadano, dejen desnuda su humanidad; verán que nadie reclamará por él, que será un cuerpo sin ningún tipo de valor.