El sacrificio del ídolo: cómo sobrevivir al arte

Por Santiago Miranda

En ARTE

[Idolo. Artista. Industria del Espectáculo. Muerte. Chet Baker. Whiplash. Rockstar. David Bowie. Internet. Retromanía. C Tangana]

“El progreso de un artista es un constante sacrificio, una continua extinción de la personalidad.”
T. S. Eliot

Ser un artista, en cualquiera de sus formas, es un signo de cierto tipo de disfuncionalidad social.
David Bowie

por Santiago Miranda

La escena final de Born to be Blue es intensa.

Un Ethan Hawke personificado como el histórico trompetista y músico de jazz Chet Baker se inyecta una dosis de heroína en el camarín de un bar y sale a enfrentar lo que será su regreso a los escenarios y a los vicios que acabarán con su vida.

Acto seguido, sobreviene una performance tan profunda y sentida que logra sacarle unos aplausos al mismísimo Miles Davis (insoportable perfeccionista a la hora de evaluar a sus colegas). En simultáneo, su novia, dolida al verlo recaer en su adicción, lo abandona.

Todos estos momentos confluyen en el final de la biopic para cerrar un retrato trágico en el que Baker básicamente se arroja a sus demonios internos para alcanzar su consagración suprema como músico. Este es el tipo de relato (el del sacrificio) que la Industria Cultural ha construido incansables veces hasta volverlo mito y que trata, nada más y nada menos, que de la condena de una de sus figuras primordiales: el artista.

Cuando el cuerpo se encuentra con el arte

Entre todas las definiciones posibles de arte hay una que, aunque general y abstracta, me contenta especialmente en el marco de este ensayo. A diferencia de las nociones más específicas de diccionario o Wikipedia sobre el arte como un producto o actividad, esta enfatiza en su carácter procesual y dinámico: dice algo así como que el arte no es ni la obra, ni la persona que la crea, ni los sujetos que la perciben, sino todos esos elementos juntos, como una fusión.

Ahora, si lo pensamos de esa manera, ¿esto no implica que el sujeto que hace arte tiene que ceder algo de sí mismo para entrar en esa dinámica? ¿Qué es lo que se muestra en la performance de Baker en el film sino el instante en que el sujeto-cuerpo se encuentra con la obra-creación, el momento de renuncia personal en el que surge El Artista?

Personaje shakesperiano, atormentado por su propio genio y sensibilidad, condenado a entregarse (ya sea física, psíquica o emocionalmente) a sacrificarse para poder abrazar la belleza, esta versión del artista, fuertemente asociada a la idea de que el sufrimiento alimenta al arte, y por demás romantizada desde el círculo de los llamados poetas malditos hasta los movimientos de vanguardia y la escena del jazz (la película Whiplash lo ilustra muy bien), ha sido fuertemente explotada en el siglo pasado.

En su afán de producción y mercantilización de todo, la industria tomó al artista y buscó elevarlo al status de celebridad funcionando como una máquina impresora de iconos y estrellas reproducidos para la adoración del público, sobre todo en el cine y la música como dos de los pilares novedosos del entertainment. Mientras tanto, la idea del personaje sufrido y trágico se reprodujo conjuntamente, en especial entre quienes daban la imagen de artistas serios y profundos (y a quienes podríamos enfrentar a la supuesta pérdida de esencia y aura de la obra que anunciaba la misma Industria Cultural aun cuando pertenecían al mismo circuito), y a los desórdenes y dramas existenciales inherentes al oficio se les sumaron los conflictos de identidad que traen la fama y la popularidad, que consumieron a muchos rápidamente.

Quienes mejor representaron esta situación fueron los Rockstars (Q.E.P.D) que asociaban inseparablemente una música con un estilo de vida (algunos lo plantearon de forma más inteligente como el caso de David Bowie y sus alter ego) y que alimentaron la construcción del artista como Ídolo. El ídolo no es una figura exclusiva del mundo del arte (sí de la cultura) pero en él se encarna la fusión de todos los elementos antes mencionados (el sujeto, el artista, la obra, la celebridad y sobre todo el público) hasta el punto que es casi imposible desligar una cosa de la otra, al punto en el que la persona y su arte son, casi, indisociables.

¿Cómo es que estás, pequeño desgraciado?

Pero hablar hoy del concepto de artista y, más aún, de ídolo, puede resultar un ejercicio complicado, fundamentalmente porque son nociones inestables que el mundo globalizado y los cambios en los modos de producción y consumo que este trajo aparejado han puesto y ponen en jaque permanentemente.

En primer lugar, el arte no es exclusivo de un cierto tipo de personas o grupo: el hazlo tú mismo que pregonan las herramientas digitales cuestiona el discurso del talento en el arte y resignifica el sentido mismo de la palabra artista a la vez que el consumo se ha sectorizado junto con el hecho de que tenemos acceso a millones de obras de todo tipo y de diferentes espacios/tiempos gracias a Internet.

En segundo lugar, es casi imposible que los artistas, más aún los reconocidos, escapen de la retórica de las redes sociales y la permanente exposición que estas promueven; la esfera de lo público y lo privado se funden, bajando a tierra a nuestras figuras y haciendo que la cortina que las pintaba como fabulosas se disuelva permanentemente. Esta humanización también revela que los músicos, pintores, actores y celebridades pueden ser monstruos como el resto de los seres humanos, lo que hace que surja con fuerza un discurso que propone la disociación del sujeto con su creación (leer “Separar obra de autor: la cancelación está cancelada”) y, a fin de cuentas, la destrucción simbólica del ídolo.

Sin embargo, frente a esta tendencia se para otra que parece no admitir esta muerte (la del Ídolo como figura intachable). En la actualidad y en lo que podemos entender como un fenómeno que se enmarca dentro de la obsesión que padece la cultura contemporánea por su propio pasado (la denominada Retromanía:Arte: el presente es el pasado procesado hasta el infinito”), existe una manía  incansable por recuperar a los grandes ídolos populares del pasado, traducida por ejemplo en el bombardeo de productos audiovisuales y biopics (desde ‘Bohemian Rhapsody’ hasta  ‘El Potro, lo mejor del amor’, la ya mencionada Born to Blue y  la serie de Luis Miguel) dedicados a homenajear a estas figuras.


El Ídolo como obra

“Mírale a la cara, sólo es otro hombre / La hoja de un cuchillo puede abrir su carne.”
C. Tangana

Ante el choque de ambas corrientes (desacralización vs. remitificación), es imposible no pensar en uno de los artistas actuales que mejor ha comprendido la lógica de esta oposición. Antón Álvarez Alfaro ha construido a través de su persona músical a un ídolo  que concentra de forma maestra todas las contradicciones que hoy existen alrededor de su imagen. C. Tangana es la construcción y destrucción viva del Ídolo contemporáneo: un personaje arrogante, endiosado y soberbio (“Me resulta muy difícil no ser un gilipollas”, pueden comprobarlo en cualquiera de sus entrevistas), pero consciente de sí mismo, que demuestra continuamente las señales de su propia decadencia.

Por un lado el madrileño representa el ascenso del artista en la industria y por otro expone en esa misma representación su explotación y caída. Permanentemente en personaje, como un Ziggy Stardust millenial (el blog empresarial de marketing Holded dice: “Álvarez ha construido su personaje en el entorno digital: suelta música en Youtube y Spotify; se comunica con sus seguidores en Instagram y pisa charcos en Twitter), Antón espectaculariza esta dualidad para llevarla al extremo. Desde la música (especialmente a partir de su álbum ÍDOLO) y el uso del trap como sonido y estética electrónica oscura, fría y deshumanizante, hasta los mensajes que deposita en sus letras y en su discurso público, el sacrificio es constante. Las estrofas de su single Un Veneno rezan:

“Yo he nacido bohemio
Pero tu amor me ha cambiado
Y ahora quiero triunfar
Y ganar y salir en la tele y la radio /
Es un veneno cruel y violento
Que estáis alimentando
Que va hacer que me mate
Mientras todos seguís ahí mirando.”

C. Tangana es su propia destrucción, un muerto vivo que expone la lógica de la industria, la idolatría y el éxito: para triunfar hay que deshacerse de uno mismo.