[Lectura. Escribir. Literatura. Infancia. Harry Potter. Narnia. C.S. Lewis. Duki. Filosofía. Trap. Identidad]
-¡Tom! ¿Es cierto que me besaste?…
-Sí, tía; la besé porque la quiero mucho y me dio pena verla llorar.
—Mark Twain
por Tomas Garzón (@territ0rio)
Leer en mi vida siempre fue la única manera de que las cosas funcionen. Ese es mi mejor argumento para defender la salvación de la lectura como primer acceso al alma. No es reductible la lectura sin embargo a una sola emoción. Leer me ayudó a entender que esa felicidad catatónica que la materialidad del texto provee a partir de su riguroso involucramiento con el mundo, es tan solo un estadio posible. La vida es irreductible a la felicidad. La tesis de este pequeño diario será, entonces, que la belleza de la lectura depende tan solo de su honestidad.
Tenía cinco años cuando mi mamá me compró El Jardín Secreto de Frances Hodgson Burnett. Era una edición adaptada, seguramente, de la biblioteca Billiken. La compró en una especie de maxikiosco boutique, en plena Avenida Edén, a menos de una cuadra de la Mateo, la primaria donde mi papá fue abanderado y mejor alumno y mejor compañero y un sin número de cosas. Y la primaria donde nosotros, la Ro y yo, empezamos a aprender.
Hablar de leer inevitablemente me lleva a hablar de mi papá. Mi viejo era un gran cuentacuentos, yo lo quise mucho siempre, y también le tenía miedo. Salvo cuando me contaba historias. El primer libro que leí fue El Jardín Secreto, pero aprendí a leer a los tres años y medio, escuchando a mi papá contarme las aventuras del capitán hormigón y su tripulación. Muy criollo mi viejo. Todo lo contrario a mi abuela materna, una señorita inglesa, hermosa, y bien progre también. Pensar que en algún momento de sus vidas estuvieron muy juntos. Se querían mucho.
Leer fue la experiencia emancipatoria por excelencia; implicó ser y hacer y decidir y disponer mi voluntad bajo mis propios parámetros. Accedí a escenarios insólitos para un niño. Siempre con una solidez y una templanza envidiables. Y con pedazo de altivez.
Pero leyendo me sentía muy solo. Era feliz, aprendí a amar así. Entre ediciones antiguas del Barco de Vapor, algún que otro Alfaguara (que no me gustaba mucho), Emecé. Y las masivas: Plaza y Janes, Pengüin Random House, Salamandra. Leí muchas sagas, y hasta el día de hoy Harry Potter resulta un elemento de estudio. Ese estado de lectura compulsivo duró más o menos así hasta los quince años. Se fue acabando de a poco. De este periodo estrictamente literario tardío rescato dos sagas que luego resultaron fundamentales en mi propia poética: Canción de Hielo y Fuego de George RR Martin, y Los Pilares de la Tierra, de Ken Follet.
Quería conversar, quería estar con gente. Ya no leía libros como antes, pero debatía mucho, veía cine, empecé a ir a marchas, a disfrutar de la música. Empecé a involucrarme con un discurso de otras características, más ordinario, que por ordinario se me antojó más visible.
En sexto año de la secundaria leí a Aristóteles. Fue algo muy simple, que salió de un manual.
A partir de esto es entonces evidente que la ciudad está entre las cosas que son por naturaleza y que el hombre es por naturaleza un animal político, y que quien, por naturaleza y no por azar, vive sin ciudad, es de un rango inferior o superior al del hombre, como aquel al que reprocha Homero“sin clan, sin ley, sin hogar” .
Ahí cambió todo. Ahí se derrumbaron todas las barreras y todos los presupuestos anquilosados en mi memoria. Ahí descubrí que no hacía falta decir más nada. Leyendo a Aristóteles descubrí que había algunas lecturas que podían ser ese vínculo con el mundo que había estado buscando hace tanto tiempo. Capaz se me activo un área del cerebro que tenía muy descuidada, un área oculta, pero lo real es que hasta mi sensibilidad cambió por completo.
Y así fue como luego de haber renegado de la posibilidad de ser técnico en electrónica, habiendo escuchado mucha música, mucho rap, mucho rock, mucha música popular argentina, con ganas de nadar, con ganas de emborracharme, con muchas ganas de conversar, y por sobretodo, abrazando, terminé siendo Bachiller en Artes Visuales y empecé a estudiar Filosofía. Leer en ese momento era emocionante. Me ponía feliz.
Entonces leí a Descartes, a Hume, a Wittgenstein. A Platón. Y a un par de neo platónicos, Plotino, Proclo, Dionisio Areopagita. Y lo hice en virtud de estudiar efectivamente filosofía, entonces estaba muy contento, porque todo cimentaba ese proyecto de vida que empezaba a definirse, aún muy incipientemente. Bebía los libros, eran un elixir sacro, el agua del Grial en Indiana Jones y La Última Cruzada. El último filósofo que efectivamente leí, y en definitiva, el último que estudié, fue Deleuze. Deleuze significó otro momento bisagra, puesto que la filosofía deleuziana, su filosofía política y su filosofía del lenguaje, tuvieron implicancias fundamentales en mi concepción del mundo y en el entendimiento de mis decisiones.
Más o menos por la misma época empecé a escuchar mucho trap hispano. Duki, Gata Cattana, Juicy Bae, YSY A. Renegaba de eso, renegaba de muchas cosas. Renegaba del gusto que tenía por escuchar la radio, o de que cada vez que juntaba un mango me iba al cine. De las horas que pasaba mirando fotógrafos en Instagram, o de como disfrutaba leyendo hilos en Twitter. No terminaba de hacerme cargo muy bien de lo que estaba pasando. Leer filosofía fue la forma que encontré de poder dejar de estar solo, porque implicaba involucrarse con el mundo de la forma que yo consideraba le era más útil. Y escuchar trap o hacer lo que me salía hacer no era útil.
El trap es la experiencia catártica por antonomasia. Es una experiencia estrictamente momentánea, a veces estentórea y estridente, a veces simplemente silenciosa. Escuchar trap para un centennial es acceder a una herramienta que le permite leerse a sí mismo. Darse cuenta.
Me enamoré y empecé a escribir cuasi verborrágicamente.
Lo que pasó después de eso fue muy trágico. Muchos meses enclaustrado, impedido. Todas las cosas que funcionaban bien dejaron de funcionar. Dejé de leer filosofía.
Claro que las cosas seguían funcionando. Había que entender por dónde venía la mano, y apropiarse. Desde que mi papá me habló por primera vez del capitán hormigón, desde ese momento, no dejé de leer nunca.
La mejor posibilidad que me ofrece la lectura considero es poder apropiarme de lo que está pasando, de hacerme cargo. De observar sin imponer el habla. Pero además nos enseñó a no ser violentos, y a ser compasivos. Y para eso, irremediablemente, leer es reconocer cuanto de conquistador tenemos adentro, cuanto de vigilante, cuanto de hombre, cuanto de castrador y cuanto de asesino. Y no renegar de eso, más bien usarlo. Volver a significarlo. Como dice Duki, Pikete Rober Sánchez, fuck tu Ferragamo, como YSY A tengo un outfit hecho a mano. Soy la moda, estilo tendencia estética, hecho a mano, pritty. Mi hermano YSY A haciendo ropa, mi hermano oro haciendo qué… piketes arriba de un beat.
De allí que su potencial de salvación y su materialidad sean dos elementos escindibles. En primer lugar, resulta una práctica vital, estrictamente empírica y, por lo tanto, potente de ciencia. La existencia es aprehensible únicamente a través de la lectura, y es irreductible a nada. La lectura me salvó la vida. Ahora bien, leer finalmente, es leer para escribir. Esa es una decisión, y como tal es una decisión política.
Mi esencia tiene mucho de Deleuze, de máquina deseante. De territorios políticos en expansión, en movimiento. De nombres entremezclados y propuestas virtuosas, y de la posibilidad de vanagloriarse. De heridas, de batallas. De Miyazaki, Takahata y Galeano. De Residente Calle 13. De Duki, atuanorino aventurero. De Barbie y El Castillo de Diamantes y de María Elena Walsh. De HBO Family en la casa de la abuela. Del Tao. De dadaísmos. De Donald Draper. De las horas escuchando folklore en casa, de la épica que me enseñó mi papá. De la pragmática que me enseñó mi abuela. De las horas que se sintieron conmovedoras, como cuentitos. De las ganas de llorar. De la textura de la voz. De los llantos. De sentirse sumamente interpelado. De alegrías y de ternuras. Soy el pedazo de tierra que Mary Lennox floreció e hizo caminar a Colin Craven. Y voy a morir. Verba volant. La lectura me salvó la vida: me hizo comprender que voy a morir. Leyendo supe que la vida en sí misma es tan solo sentir.
En las alturas, desde un punto situado más allá del velo de cielo azul que las ocultaba, las estrellas volvieron a cantar; era una música pura, serena e intrincada. Entonces se produjo un veloz fogonazo parecido a una llamarada –que no quemó a nadie- procedente del cielo o del mismo león, los niños sintieron que toda su sangre hormigueaba, y la voz más profunda e impetuosa que habían oído jamás empezó a decir:
-Narnia, Narnia, Narnia, despierta. Ama. Piensa. Habla. Sed Árboles Andantes. Sed Bestias Parlantes. Sed Aguas Divinas.
—C.S. Lewis.
Bibliografía
Aristóteles. (2016). Política. Losada.
Duki TV. (2021). DUKI – Soy la moda (Video Concept) [Archivo de Video]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=qFbtC5HlDF8
Lewis, C. S. (2008). Las Crónicas de Narnia. El sobrino del mago. Destino; La Nación.
Los Prisioneros. (2019) Los Prisioneros – Estrechez De Corazón (Audio) [Archivo de Video]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=nNbowGjKQHc
Monteleone, Jorge. (2018). El centro de la tierra. Lectura e infancia. Ampersand.
Spielberg, Steven (Director). (1989). Indiana Jones and the Last Crusade [Indiana Jones y la última cruzada] [Película]. LucasFilm; Paramount Pictures.
Twain, Mark. (2007). Las aventuras de Tom Sawyer. Atlántida.