[Messi. Mundial. Qatar. Crítica. Periodismo. Belleza. Fútbol. Arte]
Yo sé muy bien que el fútbol es un deporte y que, como tal, tiene dos limitaciones fundamentales: reglas y fines. Hay que meter la pelota dentro de los tres palos más veces que los que no vinieron conmigo a la cancha, no se puede hacer goles con la mano ni tirar un centro con el pie si la pelota se fue por la línea del costado.
Lo sé muy bien y también sé que esa verdad refuta los argumentos de cualquiera que quiera proponer a tal o cual futbolista como artista. Si bien nos hemos quedado sin definiciones para lo que es el arte -otra de las cosas que perdimos en el fuego del s. XX- y ya cualquier actividad puede reclamar para sí ese prestigio, sigo pensando que en todo arte debe haber algo que no vuelve, que se me pierde para siempre. En el fútbol, toda acción está destinada al fin particular -hacer goles- o general -ganar el partido-, por lo que todo movimiento es una inversión. O, mejor dicho, en el caso de que existiera un futbolista-artista a mi manera, sería malísimo y duraría muy poco en la cancha porque no le interesaría ni hacer goles ni ganar los partidos. Y no como un brasilero adicto al firulete que cuando va ganando 5 a 0 se pone a tirar caños y bicicletas: o se es artista siempre o no se lo es nunca. El gasto del arte implica siempre un riesgo de perderse en él: no hay arte sin peligro.
Sé también que cuando en un partido un futbolista alcanza niveles muy altos de rendimiento -sobre todo un armador de juego-, el mote de artista aparece entre hinchas casi como por naturaleza, como si fuera la palabra que calza justa. Pienso en Riquelme, en Zidane, en Marta, en Garro, en Iniesta: hay algo en el disponer de los cuerpos ajenos que se parece a la danza. Pero no son artistas, en su juego no sobra nada, nada se gasta sin retorno, nada se sacrifica a las musas: son futbolistas increíbles como existen ingenieros increíbles y automovilistas increíbles, ajedrecistas, repositores de supermercado. Hacen lo que deben hacer de modo superlativo: hacer goles, ganar los partidos.
Messi no es un artista. Sin embargo, hay algo ahí que se resiste. ¿Será esa especie de efectismo estético que me hacía abrir la boca de admiración cuando, tras enganchar apenas hacia su izquierda, cruzaba un pase por encima de toda la defensa con efecto hacia adentro y dejaba a Jordi Alba solo, a pasos del arco y lejos de una defensa vencida, con la pelota en los pies? ¿Esa sensación de balística aplicada con desprecio, una geometría maligna e incomprensible que le surge sin cálculo, brota de sus pies y se imprime sobre la pelota como un destino? Lo que me pasa con Messi es lo mismo, exactamente lo mismo, que me pasa al leer un cuento de Borges o escuchar una canción de Charly García. ¿Por qué no dudaría en llamar artistas a los últimos y quitarle el honor al primero? Porque Messi tiene que hacer goles y ganar los partidos, Messi tiene limitaciones que no son solo materiales sino, diríamos, institucionales, mientras que Borges y Charly solo lidian con las palabras y los sonidos, no le deben nada a nadie. Lo repito por penúltima vez: Messi no es un artista. Largo rodeo para llegar a la obviedad de que Messi es un futbolista.
Pero algo se me sigue escapando. Me sorprende la revelación de que lo que me fascina de Messi no es su talento. Su talento también, pero no solo eso, ni mucho menos principalmente eso. ¿Por qué Messi nunca parece estar donde debería estar? ¿Por qué baja la cabeza en los puntos tensos de partidos importantes? ¿Por qué no se tira cuando le pegan? ¿Por qué no decide ser Maradona de una vez por todas si el futbol ya lo tiene y solo le falta lo más fácil que es pegar un par de gritos? ¿Por qué Messi no coincide exactamente con la imagen que tengo del héroe en el futbol? ¿Por qué no putea ni se agarra a trompadas cuando pierde, por qué no le es infiel públicamente a la esposa ni sale todos los días en la televisión por algún quilombo? ¿Por qué no se encadena al arco del Camp Nou cuando Laporta lo limpia del Barcelona de un día para el otro? ¿Por qué se va al equipo más desalmado de la historia del fútbol como si nada? ¿Por qué juega horrible seis meses seguidos? Y como esas tengo mil preguntas más: parece que siempre cuando se lo tiene encajonado, cuando se sabe de una vez y para siempre quién es y quién va a ser Messi (¿alguien tiene alguna duda de quién es y quién va a ser CR7?), él se escabulle. Una metáfora irrumpe en el último paso de la ecuación, el que debe resolver el misterio. Todo vuelve a empezar de cero y en otra parte.
La respuesta parece estar cerca de donde empezamos. Messi no es un artista porque no podría serlo, pero es algo parecido, algo que se enfrenta a los mismos materiales que el artista pero para hacer cosas diferentes. Algo que pasa desapercibido porque se fusiona con aquello con lo que trabaja.

Habrá que decirlo ya de una vez: Messi es un crítico. Más precisamente: Messi es la crítica. ¿Cuál? La del propio fútbol para con su versión contemporánea. Messi encarna la reflexión del propio fútbol sobre sí mismo, y en ese sentido no es solo el último jugador de su tipo: es el único, nunca hubo alguien así. La crítica en el fútbol vino siempre desde afuera o desde el margen, vino desde la fealdad o la violencia, nunca jamás había venido desde la belleza y la efectividad. Messi es una crítica que se difumina desde el centro del sistema y hace temblar toda la estructura.
Como crítica, Messi no es el enemigo del fútbol desde adentro, no es Maradona ni Cristiano Ronaldo, no es Cruyff ni Pelé. No podría serlo, no podría hacer el camino del héroe que incluye siempre el insultar a los dioses en el proceso de sacrificarse por proteger su reino. Messi es la parte de ese reino que se niega a sí misma, la parte maldita que mantiene en giro a la rueda. Si los demás se tiran al piso ante el mínimo contacto, Messi (ya lo notó más famosamente Casciari) se pone en pie y sigue atrás de la pelota como un perro en el parque. Si los héroes se llenan de sí mismos en los Momentos de Verdad, y un minuto antes de perder el partido más importante de sus vidas piden la pelota y corajean hasta hacer el gol o ser derrotados en medio de un alarido de bronca, Messi agacha la cabeza y flota entre la desesperación generalizada para la indignación de todos los espectadores: su partido siempre es más largo, vendrá siempre después. Messi camina donde todos corren (¿a dónde van?). Messi se balancea entre las posiciones fijas del fútbol hiper-moderno y se ríe de ellas con una gambeta sin esfuerzo. En esta era -la más difícil de la historia del fútbol por las presiones de la táctica, el atletismo, el machismo heroico, la simulación y el marketing- Messi no termina de reducirse a ninguna de esas expresiones. Abreva de ellas y las deja tiradas. Toca y se va. Cuando parece que lo van a atar a una expresión definitiva de sí mismo, se hace humo.
Y ahora, ante lo que probablemente sea su último Mundial, no tenemos idea de lo que puede llegar a pasar. No sabemos cuál es la última crítica que el fútbol tiene a través de él. No sabemos si hará estallar por los aires sus propios fundamentos con un título para Argentina en la época más eurocéntrica de su historia. No sabemos si será redundante en su mensaje y nos hará retirarnos en primera ronda dejando la psiquis de este país a la miseria. Estamos entregados al próximo giro en la rueda de la reflexión del fútbol sobre sí mismo, sea a donde sea que eso nos lleve. Porque Messi no es un héroe: no vino a salvar a los suyos.
Messi vino a salvarnos a todos.
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P.D. hacia la era de la confusión
si alguna vez te traicioné fue en defensa de los ideales que aprendí de vos. si alguna vez me alejé fue para aprender a volver mejor. nunca quise ser otra cosa que el hijo pródigo de la mansión decadente. si esto es el fin esto no es el fin porque estás en mí, soy lo que hiciste de mí y lo que en mí deshiciste. prometo que algún día entenderé qué fue todo esto.
hasta entonces, amiga.