[Intensidad. Realidad. Mente. Cicerón. Depresión. Música. Extremoduro]
¿Qué voy a hacer, si vivo a cada hora
esclavo de la intensidad?
Vivo de la necesidad
—Extremoduro, Tercer movimiento: lo de dentro.
Meses sin escribir. Semanas pensando sobre qué escribir. Películas, chicos de los que me enamoré y decepcionaron, bandas que vi, bandas que deje de frecuentar. Y así. Tuve un año en el que pude despegarme enteramente del tono, el pulso, el color de mi mente, que es esto: los puntos, las comas, la mala redacción que varios han querido tildar de trash – en el sentido estético, aunque yo cuando los miro, leo y asiento con la cabeza pienso : sí, claro ¡basura! ¡Eso es lo que es! Empecé todos mis ensayos diciendo que estoy anclada a ciertas cosas. Una vez dije que soy cómo esos varones que se quedan estaqueados en las columnas de los bares porque no saben bailar, no se animan, y son esa clase de gente. La gente que ante ciertas cosas se queda muda y petrificada. Más o menos eso me pasa con la música y ciertas bandas que escucho de forma repetitiva desde la adolescencia. Porque me vuelven loca, o porque estoy loca. O quizás, lo suficientemente aburrida como para adentrarme mucho en la música nueva y en esas cosas que hace la gente que está siempre a la par de las novedades que van saliendo.
Hace unos meses, quizás más que unos meses. Un tiempo grande, entre unos meses y un año, tuve una cita con un desconocido, para variar. No nos gustamos, y esa fue la puerta que abrió la posibilidad de ponernos a compartir música para justificar el hecho de habernos juntado. Siempre me gustaron esos juegos de “pone la canción que escucharías si estuvieses sintiendo tal o cual cosa”. Un juego bastante funcional si uno intenta dilucidar más o menos si la mente de la otra persona discurre o no hacia los mismos paisajes que los de una. Y para mi siempre ha sido muy importante, motivo de amor, odio: deseo los gustos musicales del otro. En fin, él me preguntó qué escuchaba yo cuando me sentía sola, y la respuesta para mi era indudable: Extremoduro. La voz del derrotado, del descenso a los infiernos provocado por las pasiones más bajas, el camino del fracaso individual frente el triunfo de la masa, la voz del que siempre espera: Robe Iniesta, claro
EL FUEGO DEL INFIERNO YA ES SÓLO HUMO
«Existe, de hecho, jueces, una ley no escrita, sino innata, la cual no hemos aprendido, heredado, leído, sino que de la misma naturaleza la hemos agarrado, exprimido, apurado, ley para la que no hemos sido educados, sino hechos; y en la que no hemos sido instruidos, sino empapados.»
Está cita atribuida a Cicerón titula el disco del qué quiero hablar. Es la canción que cante en la casa de este chico hasta llorar – no es sorpresa. El título se refiere al derecho de los hombres por buscar la ataraxia, la paz anímica, protegernos del dolor y el sufrimiento a través de la razón. La ley innata es así una especie de pulsión – estoy completamente alejada y desinteresada en interpretar correctamente a Cicerón; lector: si quiere aprender filosofía antigua le recomiendo sentarse a leer a otra persona, yo estoy bien enterada sobre mi desconocimiento- de necesidad de explicación. Alejarse del dolor es quizás aquello que compartimos todxs. Y no hablo de reflejos físicos, no todos reaccionamos de la misma forma ante determinadas manifestaciones de la violencia. Me refiero a esa desesperación y necesidad de “estar bien” que emerge muy cerquita del esternón cada vez que estamos mal. Esa molestia que se forma al fondo de la garganta y no nos deja comer, lo que nos hace preguntarnos a algunos que habitamos más que otros los espacios del dolor “¿ cuándo va a terminar?”. La necesidad de querer estar bien y la imposibilidad que hace que esta necesidad se vuelva, sin dudas, una compulsión. El descenso hacia la locura.
El disco está compuesto por una sola canción dividida en 4 movimientos y una coda flamenca. La historia es simple. Lo que se narra son los movimientos emocionales, los pensamientos intrusivos y las conductas problema- lo que nos pasa a los que sentimos mucho cuando nos dejan solitos con nuestras cabecitas. Supera el despojo del final de la historia de amor, porque la narración es sobre la frustración de aquellos que estamos realmente solos. Los que ansiamos encuentros con sujetos que no existen, la lucha contra el propio deseo. En una sociedad que nos produce enfermos y nos rechaza, el disco es una búsqueda ansiosa por dar con un Otro, dar de cara con la falta. Una búsqueda de lo imposible, del amor en la modernidad que higieniza una y otra vez una naturaleza que en sí misma es lo sucio, lo humano.
Debajo de la cita, flotando, nos encontramos al Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci que representa el yo escindido, lo sensible, lo vulnerable encerrado. Relegado a estar siempre separado de otra cosa, imposibilitado de concretar el deseo y por lo tanto condenado a habitar la falta o la presencia constante de su mente-individualidad. La obsesión de la voz poética discurre así constantemente víctima del deseo de calmar el dolor. La estructura del disco se sostiene entonces en dos figuras: la incapacidad de dejar de sufrir y la repetición de una canción donde no pasa nada, la repetición constante de la falta.

Sabemos que no nos encontramos aquí reunidos para leerme teclear sobre cómo suenan las guitarras y esas cosas. Aparte, si puedo decir determinadas cosas pero me van a acusar de irme por las ramas. Dando un paso hacia delante, cómo dije, la obra puede ser considerada una sola canción. Es una sola historia, con sus partes, claramente. El tópico de la locura vinculado al desamor y el rechazo de las masas hacia las conductas consideradas desviadas o marginales son constantes entre los discos de la banda. Por eso me gustan tanto. Se recupera lo roto, lo sucio, lo que no tiene arreglo y va a permanecer allí mostrándose a través de la cicatriz. Extremoduro es una banda que podría considerarse agresiva, sí. Pero está la ternura innegable, los sentimientos nobles que se le debe a los que tenemos una intensidad que no podemos contener. Los que nos rebalsamos por una mirada. A los que se nos termina la vida siempre porque nacimos con el campeonato perdido en el bolsillo. Por eso la introducción a la desesperación en La ley innata es dulce. Se piden explicaciones que no serán respondidas. Se habla de un viento que ya no mueve cosas, porque aquel que siente cayó tan dentro de su mente que no estaría percibiendo realmente el afuera, lo real, con lo que se encuentra en lucha.
La introducción declara también un individuo que se ha perdido enteramente en el otro que ahora no está. Creo, lo que nos pasa siempre a los dejados, ¿no? El viento que veo pero no siento se lo llevó todo. La voz se pierde dentro de su propia mente, dando lugar al sueño. Allí todo lo que parece real no lo es, pero aún así en parte es real porque sucede dentro de la mente de uno. En ese caso más que sueños lo que se describen son pesadillas y escenas de la modernidad: femicidios, atentados, etc. Ni siquiera en la fantasía el protagonista logra huir de lo que le sucede. Se empieza a convertir en está entidad que no es, no escucha y no quiere dar. La obsesión por encontrar el bienestar, por lograr unir aquello que se encuentra escindido, empieza a incrementar. Es ahí donde entra La razón. Una razón quemada por el odio y demás. El protagonista se encuentra preso y además ya no sabe siquiera el nombre de la otra persona. ¿Cómo huir del dolor a través de la razón cuando ésta se pierde? ¿Cómo darle sentido u orden a las emociones cuando su dimensión no es mental sino que forman parte del mundo de las sensaciones? Negando estas verdades, o al menos eso es lo que se propone en el Tercer movimiento: lo de dentro. Junto con la razón se pierde la confianza en los demás. De pronto todos mienten y nuestro protagonista se empieza a adentrar más y más en su mente, un espacio donde ya queda poca luz, y donde no aguarda nada más que el mismo. La realidad es el golpe que viene después de la locura. Algo debe suceder para dar con ella, de cara. La realidad es lo que aparece frente al individuo en su inmensidad. Las preguntas regresan, el ser que dice no ser, no escuchar y no querer ser un darse dado, se entera porque perdió la razón. La frustración, la incapacidad de cumplir deseos que jamás van a ser cumplidos. Esclavo de la intensidad, nuestro protagonista vuelve a entrar en contacto con la realidad que había abandonado.
DESPUÉS DE ARDER EL INFIERNO YA ES SÓLO HUMO
Si no te vuelvo a ver
No quiero despertar
La realidad no me abandona
Busco un mundo mejor
Y escarbo en un cajón
Por si aparece entre mis cosas—Extremoduro, Primer movimiento: el sueño
Sólo aquellos que han pasado por estas instancias (pequeñas locuras) quizás podrán entender y valorar este disco. Con el diario del lunes, para mi significa muchas otras cosas que las que significaba cuando lo escuchaba entre clases en la facultad.
El disco termina con una especie de rezo, después de pasar la tormenta sólo nos queda aquello que está atrás. Nosotros, nuestra mente, la experiencia de no querer vivir aquello de nuevo, supongo. La ley innata es esto, estar en la mierda y lograr salir. O no salir, y aprender a habitarla. Vivir en lo sucio, ser esa gente que se baña y constantemente parece recién salida del partido. Porque vivimos cansados, vivimos sufriendo. Tenemos este nudo cerca del esternón, dolores de cabeza provocados a está altura vaya a saber por qué. Hemos amado lo suficiente cómo para no atrevernos a ser tocados, nos cuidamos como los gatos. Es que la ley innata es para mi el desconocimiento, el encuentro físico con el dolor. Una falta que no va a poder ser saldada. La idea de haber perdido la capacidad de ser querida o amada y no poder asumirlo. El cuidado con el que me muevo en la realidad como un perro golpeado y feo, buscando estar tranquila; no grandes pasiones, porque siento que hay algo quebrado que arreglado se muestra una y otra vez en la hendidura que no deja de mirarme y hacer que yo me mire para adentro. Nacemos empapados con está intolerancia al malestar que no puede ser traducida. Es lo que nos hace individuos, nos separa de la masa, lo que no puede ser elevado más allá de nuestra mente. Lo intraducible del sufrimiento.
Somos unos intensos porque vivimos chocando, habitando esos bordes que existen entre lo real que sucede en nuestra mente y lo real que está allá afuera. La intensidad nace allí en la incapacidad de la traducción. Sabemos que la empatía es un ejercicio, no una forma sincera de captar realmente lo que sucede dentro nuestro. Las sensaciones son incomunicables, es un lenguaje que nos habita sólo a nosotros, es el pulso, una narración sin comas. Una desesperación. La intensidad es esa esa insistencia donde nos encontramos hablando mal nuestro propio texto, una y otra vez.
Una vez escribí que esperaba un mundo de comienzos, ¿ saben por qué? Es que esta realidad, la mía, al momento está compuesta por finales. La vida me sonríe y no sé qué cara poner. La vida me sonríe pero en el fondo siento que hay poco que festejar. La intensidad no es para cualquiera. En un mundo que la niega y le hace mala propaganda, la intensidad es para aquellos sin miedo. Los que no podemos controlar el ansia de un encuentro, pese a tener el final escrito como un dictamen en la mente. Los que seguimos buscando allá lejos, en un tiempo chico, no tan grande, un paisaje, una historia de amor, algo más que ceniza, un poco menos de tranquilidad, una locura, algo que nos devuelva a lo real y nos abstraiga lo suficiente de lo otro que aletea en nuestras cabezas.