[Torre de Babel. Biblioteca. Walter Benjamin. Dios. Genesis. Lenguaje. Traducción]
“Tenemos frente a nosotros un misterio que no podemos comprender. Y precisamente porque es un misterio, tuvimos el derecho de predicarlo, a enseñarle a las personas que lo que importa no es ni la libertad ni el amor, sino el acertijo, el secreto, el misterio, al que deben someterse, sin reflexión y hasta en contra de su conciencia.”
—Fiodor Dostoievski, El gran inquisidor.“El Tikún, camino que lleva al fin de las cosas, es también el camino que lleva al comienzo”
—Gershom Scholem, Kabbalah.“El origen es la meta”
—Karl Klaus, Palabras en versos I.
No es tan extraño pensar que el comienzo es el momento o el lugar hacia el cual vamos cuando buscamos avanzar. Moverse hacia adelante, muchas veces implica desplazarse hacia atrás en la búsqueda de algo perdido. Cuántas veces nos enamoramos para volver a aquellas primeras experiencias de emoción y de ternura bruta. Cuántas veces volvimos a los mismos lugares para buscar momentos que perdimos en el pasado. Entre pérdidas y búsquedas, no solo teólogxs y cabalistas, sino también escritores y poetas se han ocupado obsesivamente por el asunto de la lengua original, perdida allá por la caída de la Torre de Babel hace más de unos 5 mil años.
I. Movilizadxs como por un misterio
A comienzos de 2015 escuché la historia de la Torre de Babel. Como ustedes sabrán, es un relato bíblico que cuenta cómo diferentes pueblos nómades se reúnen en Shinar. Todos ellos hablaban la misma lengua porque conservaban el lenguaje de Adán y Eva. Reunidos en aquel punto, deciden levantar una ciudad y una torre, hecha de ladrillo cocido y betún, cuya cúpula llegará al cielo. Rápidamente avanzan en la obra y en poco tiempo la torre se empieza a alzar. El tema es que antes que terminen Jehová observa Babel y decide castigarla por su soberbia. Entonces confunde las lenguas y los diferentes grupos no pueden comprender el habla del otro. Así la torre queda a medio construir, es abandonada y destruida, y los pueblos se dispersan por el mundo. El relato bíblico plantea una correlación entre el edificio y la primera lengua, un destino común. Ambos desaparecen de la historia sin dejar rastros que permitan volver a ella, a esa primera escena de confusión lingüística y último escenario utópico de la comprensión. En ese sentido, la aspiración arqueológica de buscar aquel origen es imposible. Si hay una moraleja en Génesis 11 es que lo que es construido sobre la pretensión de la comunicación -quizá comprensión- necesariamente se vendrá abajo cuando esa comunicación falle.
Walter Benjamin supo decir que en el Génesis, desde la creación hasta la caída de la Torre de Babel, hay tres modos de nombrar: en Dios, en el hombre adánico, y en el postadánico. Por un lado, “en Dios” el nombre es creador porque la palabra divina crea, y también es conocimiento porque esa palabra expresa lo que la cosa es. En el caso de Adán, es él quien nombra al resto de la creación con la lengua que le fue otorgada porque conoce, digamos, su “ser espiritual” o lingüístico: hay una suerte de complicidad mágica entre el nombre y la cosa y Adán es capaz de descubrirla. La palabra adámica no crea realidad como la de Dios, pero si se ajusta a la realidad. Entre ese mundo y nosotrxs ocurrió Babel. La lengua humana ha perdido esa complicidad entre el nombre y la realidad: no expresa más lo que las cosas son, sino que sirve sólo para que nos digamos entre nosotrxs lo que percibimos de las cosas. Parece ser que lo que le toca al lenguaje humano es peregrinar a través de las palabras hasta dar con el nombre. Parece que la meta del lenguaje es “llenarse” de origen.
Después de Babel y de la confusión de las lenguas, esa inadecuación entre el nombre y la cosa explica la pluralidad de lenguajes. Aunque ninguna agota el sentido de las cosas, podemos aproximarnos gracias a la diversidad de palabras, que son acercamientos diferentes a la realidad. La necesidad de la traducción y de la interpretación surge como resultado de ese primer malentendido en Babel. Hay una larga peregrinación hacia el origen, en un movimiento hacia adelante y atrás al mismo tiempo. Movidxs por el misterio de lo que perdimos, la búsqueda nos lleva a un más allá que en último término es un más acá.
II. Instrucciones para armar una biblioteca.
Primero: elija un antecedente entre arbitrario y fatal. Mi viejo me contó que cuando era adolescente para comprarse libros, ahorraba la plata de los cospeles (¿se acuerdan de los cospeles?) y la usaba en dos librerías de segunda mano del centro. Empecé a manejar mi economía para poder también comprarme muchos libros. Iba todas las semanas buscando a mis escritores favoritos. De esta actividad surge un misterio sin resolver que resuena paralelamente al ejercicio de pérdida y búsqueda posbabel, al representar caminos erráticos, de pérdida y búsqueda de restauración. Un día vi una edición de un libro de Benjamin que me gustó. Abro la tapa y dentro veo una firma que no me llamó mucho la atención en aquel momento: Lilo. Meses después compré un libro de Pavese y al abrirlo en casa veo: Lilo Kottlon, Independencia 362, azotea. En la contratapa había una ficha de préstamos. Resulta que esta persona tenía una biblioteca personal. Así fue como comencé a armar mi biblioteca, llevándome uno o dos libros después de cada expedición buscando el rastro de Lilo. Mi intención era armar una formada por escritores favoritos y otrxs imprescindibles para realizar préstamos, tal como lo hacía Lilo. Este misterio constituye un antecedente de una biblioteca que está hecha a la medida de un capricho. La búsqueda de la biblioteca perdida de Lilo Kottlon esparcida en las estanterías de una librería de usados del centro representa un evento que elegí con mayor o menor consciencia como disparador de un destino. El movimiento de ir hacia los libros, implicaba secretamente el volver a ese evento.
Después de tantos libros me di cuenta de algo bastante obvio: la gran mayoría eran traducciones. Usualmente tendemos a olvidar el detalle de la traducción, algo que media entre unx autorx y nosotrxs. Las palabras que más me habían maravillado o que me habían deprimido, eran palabras mediadas no sólo por tiempos distintos, sino por personas que habían traducido sus palabras a otras. Así, mi biblioteca es una biblioteca posbabel. Los libros tenían por añadidura un esfuerzo por decir en mi idioma natal lo que otrx dijo en la suya. Pasa desapercibido pero el trabajo del traductor contiene una responsabilidad tan grande que es difícil soslayar.

Segundo: enamórese. El jóven Benjamin, opinaba en “La tarea del traductor” que la traducción supone un trabajo de construcción entre diferentes lenguas que parte de la base de que ninguna por separado puede satisfacer realmente el propósito de nombrar. Es decir, acercarnos al mundo y a la realidad, es posible solo cuando construimos entre lenguas. Pensaba que, aún si la lengua original y la torre fueron borradas de la historia, hay fragmentos o astillas de esa lengua perdida desperdigados en nuestro tiempo, y constituyen huellas de ese pasado que se proyecta utópicamente en nuestro presente. Esta depuración lingüística es también ética: encontrar la justa denominación de las cosas es también hacer justicia a esas mismas cosas. Es una larga marcha hacia el origen, en donde el recurso de la memoria es fundamental. La caída de la Torre de Babel implica un doble movimiento de pérdida y búsqueda, una diáspora del lenguaje en un camino de retorno a la utopía de la nominación de las cosas y de la comprensión. La traducción promete una forma de unidad lingüística, dado que la existencia humana está marcada por la dificultad de volver, que es también la necesidad de seguir.
Tercero: no se detenga ante los obstáculos. Cualquier amante de los libros se pregunta eventualmente sobre el tema del lenguaje original y la traducción a la propia lengua natal. Pero esto no es solo un asunto de idiomas. Parece que un abismo temporal nos separa de aquellos a quienes disfrutamos leer. Dije más arriba que la búsqueda del sentido original es una larga marcha hacia adelante que nos obliga a tener la cabeza siempre vuelta hacia atrás. También aparece el asunto del tiempo en esta búsqueda por el origen. No será la historia sino la memoria la actividad que nos obliga una y otra vez a saltar el continuum temporal hacia otros tiempos. La tarea del traductor es un ejercicio anacrónico, del mismo modo que la actividad del escritor y del poeta también tiene algo de nostalgia y de experimentación. Se puede pensar hoy que la práctica contemporánea de anular o menospreciar el pasado (ese dicho condenatorio “pasado pisado”) empobrece el presente y el futuro. Dejarnos arrastrar por lo actual deja huérfana nuestra experiencia, corta un cordón umbilical que nos une a miles de eventos pasados inesperados. Nos entrega al futuro de un modo muy desarmado. Ya sea creyendo en el destino fatal o en los adivinos, la percepción de “lo que sucederá” queda fuera de nuestro ejercicio. Adueñarse del tiempo tiene la característica de ejercitar la memoria: vincular diversos momentos aparentemente inconexos, para dotarlos de una nueva vida. Las revueltas y revoluciones suelen tener ese yeite. La Liga Espartaquista de Rosa Luxenburgo cita en 1914 a la rebelión de esclavos liderada por Espartaco en el 71 a. C. al nombrarse de ese modo. La película de Fritz Lang Metrópolis de 1927 cita la historia de la caía de la torre para imaginar en un escenario futurista el desarrollo de una historia de malentendidos y de opresión que parece decir algo sobre su presente. Así, la línea del tiempo se rompe y hechos que están separados por siglos parecen encontrarse. Cuando en 1940 la posibilidad de la revolución estaba perdida y con ello sus esperanzas, a las puertas de su suicidio Benjamin definirá este juego de tiempos como “salto de tigre” hacia el pasado.
III. Constelaciones inesperadas. Últimas instrucciones.
Cuarto: arme constelaciones, no con estrellas, sino con eventos, tiempos y personas. Si algo parece contener las bibliotecas son innumerables “saltos de tigre” hacia el pasado. Un pasado que no permanece inerte, sino que repercute como un eco audible en nuestro presente. Así, no siempre permanecemos radicalmente aquí cuando leemos, y esa experiencia de apertura temporal está compuesta del acercamiento entre aquellxs a quienes leemos y nosotrxs lectores. Esa proximidad está mediada por el trabajo entre arduo y mágico de la traducción, que no solo acerca sentidos, sino que vincula tiempos. Benjamin escribía las notas que hoy conforman el voluminoso Libro de los pasajes en papelitos de cartas. Acostumbraba enviar sus manuscritos a diferentes amigxs, consciente de que la diseminación de su obra en una constelación de personas era imprescindible para su supervivencia. Tanto la dispersión de la lengua en muchas, como esta última forma de dispersión de sus manuscritos entre sus amigxs, nos obligan a muchas formas de la construcción de sentido y de intentos de retorno. Las bibliotecas son espacios donde se construyen constelaciones que quizá contengan el secreto de nuestros gustos, nuestras preferencias y nuestras aspiraciones. En el caso de la mía, el peregrinaje entre la pérdida y la búsqueda de retorno a algunos momentos marca su construcción.
Quinto: busque aquello que perdió aún si es imposible encontrarlo. En ese movimiento de idas y vueltas, resulta que el día de mi cumpleaños, que conmemora mi nacimiento, es también el día en el que Walter Benjamin se suicidó escapando del nazismo. En el medio, hay más de 50 años y un salto de tigre. Pienso que en aquel libro de Benjamin firmado por Lilo estaba engendrando el desarrollo de un destino, finalmente elegido. Tiempo y destino parecen atravesar como la luz un prisma y refractarse. Aquí arriesgo una conjetura: que en algún punto de la historia descubriera ese libro de Benjamin, y el misterio de la biblioteca de Lilo Kottlon; que eso me llevará obsesivamente a las mismas dos librerías de usados durante años buscando su rastro; que ese ejercicio repetido y neurótico me hiciera olvidar el motivo por el cual lo hacía, y descubriera así el amor por los libros y por Benjamin, y formara mi biblioteca; y que por último, en una mudanza descubriera ese mismo libro firmado por Lilo y que todo tuviera un comienzo otra vez.
Si así fuera me gustaría afirmar que el origen es la meta.