[Turismo. Trabajo. Capitalismo. Viajar. Placer. Deseo. Destino. Alicia Stolkiner. Vacaciones. Jenny Odell]
por Mateo Servent (@ser.mateo)
Existe una creencia bastante arraigada que dice que viajar te hace progresar, que te llena de eso que necesitabas y no llegaba. Que no está bien elegir la “zona confort” y, por consiguiente, que moverse, escaparse, es cierta independencia personal y, al mismo tiempo, lo que se debe hacer. “Viajar sana, salva, calma y te cambia” diría un eslogan. Así, viajar es – promesa asegurada de- goce.
Hay una escena frecuente que me parece que aglutina un poco esta idea: un youtuber mostrando su pasaporte lleno de sellos de diferentes aeropuertos cual especie de logros mientras recorre un “destino” y comenta sus impresiones, tan subjetivas como repetidas, alcanzando con ello miles de vistas y likes que dan el visto bueno que necesita la creencia de que la felicidad está al alcance de todos.
Bien sabemos que se puede viajar por ocio, estudio, salud, o lo que fuera, pero que la forma de viajar por excelencia hoy es el turismo y que, dicho sea de paso, sus comienzos datan de hace solo 200 años. No me refiero al llamado ecoturismo, sino al otro, al que desde que existe, los aeropuertos y los hoteles de lujo están entre los edificios en los que más dinero se gasta para construir; al que mueve divisas por un principio incuestionado, al que sostiene que el costo del viaje nunca es demasiado alto si lo que promete es lo que se espera.
Alicia Stolkiner -titular de la Cátedra de Salud Mental Comunitaria de la UBA– en esta nota se pregunta por qué se ha construido, en Argentina y en muchos otros lugares, un actor social que para soportar toda su vida cotidiana tiene que tener en el horizonte un viaje. Quizás en este caso la promesa sea real, fundada. Las vacaciones como el lapsus (error involuntario) de dos semanas por año donde parece que se pausa el trabajo: las vacaciones como un horizonte de anhelo continuo.
Parecido a como, hasta hace no mucho tiempo, era tener una gran biblioteca, hoy haber recorrido el mundo parece ser un símbolo de status y estima individual[1], una personalidad. Pero antes que eso es otro consumo particular. Si alguien dice: “agarro la mochila y me voy porque lo necesito”, cual especie de consumo básico, se puede olvidar de agregar “y porque puedo” -porque si hay algo que combina muy bien el turismo es el dejar de trabajar con el gastar dinero-.
Viaje y divinidad
Previo a la pandemia, como las aves vuelan de un lado para otro aparentando vuelos azarosos – que no son- se recorrían las veredas parisinas, porque mucho se viaja para, en un sentido pragmático. La promesa es que si viajamos vamos a estar bien, porque quizás simplemente lo que necesitamos es responder al llamado a hacer esa travesía. Llamado al gasto, al consumo de una experiencia hecha a medida y producida en serie.
Lo que intento es relativizar el imaginario turístico. Sucede que en Chile hay un alerce con más de 3500 años, que se lo conoce como el más longevo del mundo, y las comunidades aledañas lo veneran y asumen como sabio, porque – desde un mismo lugar- fue capaz de valerse de tal vez lo más importante: la sobrevivencia. No voy a tratar de comparar en este punto a un árbol con las personas, sino que de un modo similar – cambiando sobrevivencia por buenos argumentos- creo que puede entenderse el conocido caso de Kant, que vivió toda su vida en la misma ciudad.
Ahora bien, quizás lo que sí puede ofrecer el turismo es una configuración especial del tiempo. Mediante una apertura interesada a la serenidad y al asombro, al placer del ocio y la euforia del descubrimiento. Como una huelga contra el sin cesar del trabajo, contra el espíritu trabajador.
Podríamos afirmar que difícilmente resulte productivo para los negocios donde ambas partes salen ganando, pero sí puede serlo en otro sentido: contra la contaminación ambiental. Vale decir, a propósito de la obscena campaña de vacunación en los puntos turísticos de la Ciudad de Nueva York para que los visitantes tengan un “recuerdo incorporado”, que, por ejemplo, el vuelo de ida y vuelta de Córdoba a NY (16376.685 kms) produce el equivalente a 3.0 toneladas de emisiones de CO2 por pasajero[2]. Existen 94 países del mundo (que incluyen al 53% de la población mundial) que tienen emisiones anuales per cápita inferiores a las de este vuelo.
No es contra quienes hacen o trabajan del turismo, mucho menos contra quienes por preservarse viajan a donde sea por una vacuna, sino que es contra el concepto que se presenta.
No odias los lunes, estás agotadx de tu trabajo
Hoy vamos a paso lento hacia el fin de esa desaceleración-solidaridad mínima que vivimos, a la huida del estado de excepción. Estamos en el comienzo de otro piloto automático de nuestras vidas. Algunos ya volvimos a las oficinas por el éxito del cuidado. No obstante, no volvimos al mismo lugar, de hecho, no volvimos si lo que debemos hacer lo podemos hacer desde nuestras casas. Aunque lo que resulta claro es que volvimos a no descansar. A no tener derecho al descanso.
Pero había una puerta que estaba entreabierta y ya no se vuelve a cerrar: la deslocalización inédita del trabajo promete que con los pies en el mar podríamos avanzar con un proyecto como también abrir ese texto que no alcanzamos a revisar. Que a cada minuto, estemos donde estemos, podríamos ser productivos para alguien. Que aquella rara sensación de triunfo de cada momento de llegada a nuevo lugar ahora es compatible con estar funcionando.
Frente a esto, en How to do nothing Jenny Odell, profesora y artista, nos propone salir de la trayectoria del tiempo productivo, desconectarnos, no hacer nada. Protegiendo nuestro tiempo para la actividad y pensamiento no instrumental, no comercial, para el mantenimiento del cuidado, para la convivencia. Para el placer del asombro. Para más disfrute que borre el tiempo como un nuevo modo de vida que dure más de dos semanas. Pero no se trata de viajar y gastar o de simplemente no hacer nada sino de que justamente lo reclamemos hasta que sea un hecho, hasta que, si así lo quisiéramos, podamos desperdiciar el tiempo.
[1] No nos olvidemos del clásico argentino: “es una persona que ha viajado mucho…” como alusión a alguien culto.
[2] Fuente: https://engaging-data.com/airplane-emissions.